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Sexta Edición
20 de junio de 2016
Todo esto está provocado por el sistema educativo en el que estamos inmersos, uno de los
mejores del mundo actualmente y que más resultados viene dando en los últimos años, que hace
que no aprendamos por aprender, sino que aprendemos por estos numeritos, pegándonos
atracones de teoría para luego no acordarnos de nada. Además, el éxito de una persona no es
correlativo a sus calificaciones, algo bastante improbable dado que se demuestran unas
capacidades distintas a las que verdaderamente nos importan. Todo el mundo tiene un don que
no tiene por qué ser rellenar papeles. De hecho contamos con muchas clases cuya mayoría salvan
los exámenes copiando la teoría: ¿de verdad un cirujano va a tener la oportunidad de salvar
una operación copiando?
Ironía sobre ironía, nuestra cara y reacción al ver nuestra calificación: nos creemos que vamos a
ser presidentes del gobierno por sacar un diez y basureros por sacar un dos. No tiene nada que
ver con nuestro futuro éxito, caemos en la confusión de que solo es un mero reflejo del excelente
sistema educativo con el que contamos: el de las clases
magistrales interminables, el de estudiar por la nota y el de
pasar días en blanco sin aprender mientras disminuye
progresivamente nuestro interés por conocer cosas nuevas.
Muchos no tienen culpa, dado que esto es lo que el sistema
quiere de nosotros, así que lo seguimos ciegamente para saber
quién es mejor que tú y vicesversa. Una obsesión sin aporte
alguno que elimina la esencia de aprender.
Aquí viene la pregunta de cómo sabemos por qué yo saco un 7
y el que está a mi lado un 6, yo debo ser mejor que él. Nunca
lo sabremos, a no ser que salgamos de este mundo, y pasemos a algo que se llama la vida real.
Al mismo tiempo, hacemos caso y le damos la razón inconscientemente a una subjetividad, tan
meramente personal como poco fiable, que es la encargada de valorarnos como robots y de
intentar (aunque solo se queda en el intento) de establecer escalafones entre nosotros.
Precisamente en robots es en lo que nos estamos convirtiendo gracias a nuestro sistema (que al
menos hace que tengamos estudiantes muy preparados – bueno, preparados para rellenar
papeles en una hora). Curiosamente las personas en las que más abundan los altos numeritos son
las que más rápido siguen su evolución de personas a robots. Hola, tengo 20 años y tengo 19
másters y... Ahí se acaba el currículum de mi vida, tiempo perdido sin saber afrontar los
problemas de verdad: que son los que nos ofrecerá nuestra vida en el día a día, cualidades
como saber moverme, expresarme, tener opinión, identidad propia, valores como la iniciativa o
el saber estar o simplemente poder entrar en una conversación sin la necesidad de aprenderte
antes de memoria lo que vas a decir. Una cosa no quita la otra, ni que no haya que estudiar,
pero tampoco justifica la importancia de algo que no deja de ser meramente superficial.